Viaje a Sindesia #11 Equilibrismo educativo.
Hoy en día a los padres se nos exige hacer malabares y no lo digo por tener que ofrecer ayuda a los niños con las tareas escolares o preparación de exámenes.
Hablo de algo de muchísima más dificultad para lo que se necesita un arte con el que no todos hemos nacido: hacer que un niño pueda diferenciar la verdad de lo que debe poner en un examen.
¿Qué es verdad?
El otro día en Twitter una madre comentaba con frustración:
Tres días machacando a mi hijo con que Guttemberg no inventó la imprenta para que al final tenga que marcar como respuesta correcta en un test que inventó la imprenta 🤷
Empatizo con su estado emocional porque, aunque yo no pueda cuestionar a nadie sobre quién inventó la imprenta, sí que he visto cosas bastante aberrantes en otras materias.
Ha habido casos en los que he animado a mis hijos a que sean ellos los que pidan explicaciones a sus profesores sobre algo en lo que no estaban de acuerdo, pero normalmente no quieren hacerlo “por si acaso”.
No quiero decir que algunos docentes den cosas por ciertas que no lo son, sino que tienen una verdad que puede ser diferente para otra persona, el niño.
Esa es la base del pensamiento crítico. Poder dudar de lo que se está observando y ser capaz de aceptar el razonamiento que nos pueda ofrecer otra persona para hacernos cambiar de opinión.
Siguiendo esa idea, si todos tenemos claro que queremos fomentar el pensamiento crítico entre nuestros jóvenes, ningún niño debería tener dudas sobre lo que se le enseña y se le debería responder hasta que eso ocurra.
Sería bueno que no dejasen de pedir una aclaración “por si acaso” y habría que animarles para que no dejaran de preguntar desde el primer hasta el último día de clase.
¿Imaginas qué maravilla sería una clase de química o de biología en la que el profesor simplemente está allí para responder a las preguntas que los niños y niñas quieran formular? Seguramente se les pasaría la hora de clase volando y aún se quedarían con ganas de más.
Pero claro, podría resultar incómodo recibir preguntas a las que no se sabe responder.
Otro día hablaremos de que un buen facilitador no debe avergonzarse de no saber una respuesta, porque no lo sabe todo. Más bien debe alegrarse de recibir preguntas que le indiquen por dónde quieren ir sus alumnos. Simplemente debe intentar ayudar al niño que formula esa pregunta para que consiga encontrar la respuesta.
Humildad
Es buen momento para recordar el bochornoso espectáculo que dieron decenas de profesores de matemáticas discutiendo en Twitter sobre la continuidad de una función.
¿Cómo puede la mitad de ellos afirmar que la función es continua y la otra mitad que no es continua y pretender tener razón todos ellos?
Entiendo entonces que la mitad de los alumnos de 4º de ESO y bachillerato reciben una “verdad” completamente opuesta a la otra mitad sobre la continuidad de la función f(x)=1/x.
Esto es muy grave, ¿no crees? Son matemáticas, no filosofía.
Lo más divertido es que algunos ponen las letras en mayúscula para tener más razón y se ve que la cosa es tan compleja que los 280 caracteres que permite Twitter se quedan cortos para otros que necesitan un vídeo de más de una hora para defender su postura.
(Este vídeo es ilustrativo, no como otros que te aconsejo en Viaje a Sindesia)
Utilidad
Pero lo que me deja más descolocado es intentar responder a la pregunta sobre para qué sirve que todos los niños y niñas sepan en qué consiste la continuidad de una función (4º ESO).
Ojo, más o menos lo mismo que me pasa con la imprenta y Guttemberg.
Ojalá tuviéramos tiempo para atesorar todo el conocimiento acumulado por la civilización, pero no lo tenemos. Por eso existen prioridades que deben ir cambiando con el paso del tiempo.
Creo que una prioridad ahora mismo es fomentar ese pensamiento crítico y ayudar a que sean los niños los que busquen las respuestas con los medios de los que disponemos en la actualidad y que los docentes pasen a ser facilitadores del aprendizaje abandonando cualquier tipo de ego sobre sus propios conocimientos.
Te espero en la siguiente parada de este viaje a Sindesia.
Dani Sanz