Viaje a Sindesia #19 ¿Necesidad de evaluación?
Si fuésemos capaces de mostrar nuestra postura respecto a la manera de evaluar a los niños en su actividad educativa podríamos ser agrupados en segmentos bien diferenciados, incluso dentro de la educación reglada.
No dejo de sorprenderme cuando veo padres que se quejan porque llega a sus oídos que hay alumnos que tienen exámenes adaptados mientras que sus hijos hacen el examen “estándar”.
No son conscientes de que eso ocurre porque sus hijos son “estándar”, mientras que los niños a los que se adapta el examen se supone que tienen alguna dificultad especial.
Otros padres no están de acuerdo en que se castiguen las faltas de ortografía en una prueba que no tiene que ver con la asignatura de lengua.
Puede haber discusión con el peso que se le da a los trabajos presentados frente a los exámenes o sobre la necesidad de aprobar cada examen de una asignatura en vez de hacer una media de todo un curso.
Pero lo más preocupante, a mi parecer, no es la manera de evaluar sino la propia necesidad de evaluar.
Las consecuencias de evaluar
Con la excusa de que “toda acción formativa tiene que ser evaluada” los niños son sometidos a un proceso de evaluación que no suele contentar a nadie.
Aunque ahora por fin se empiezan a cuestionar los exámenes, siempre han sido la herramienta de evaluación más habitual.
En esta entrada Juan José Millán explica por qué los exámenes son una barbaridad. No lo digo yo, lo dice un maestro y psicopedagogo.
Últimamente estamos viendo el uso de rúbricas para las propuestas educativas basadas en proyectos que definen una serie de criterios de evaluación sobre un trabajo concreto que es conocido por el alumno desde el primer momento.
Me hace gracia que se describa como una ventaja el hecho de que el alumno sepa los criterios de evaluación al detalle y me hace consciente de lo alejado que estoy de ese punto vista.
Por más que parezca que se está innovando en la manera de evaluar el problema profundo está en el modelo educativo. El alumno buscará contentar al profesor sea cual sea el método de evaluación que elija.
Cuando yo era adolescente lo que aprendí a hacer bien fue a superar exámenes y no digamos en la universidad.
“De lo que se trata aquí es de aprobar”, como dice Lucas Cortazar:
Ahora será saber cómo hacer proyectos y trabajos de la manera y con los criterios establecidos en una rúbrica.
No cambia tanto, el alumno intenta hacer lo que tenga que hacer para superar la evaluación.
Sabemos que los aprendizajes profundos se producen cuando entra en juego el componente emocional, que dicho llanamente se produce cuando el niño quiere aprender, no cuando se le obliga a ello.
Pensé mucho en la hija de Susana que publicaba este tweet hace unos días:
Imaginé a esa niña disfrutando de la naturaleza durante ese descanso estival en el que a los niños se les permite descubrir y vivir experiencias sin que nadie tenga que dirigir su aprendizaje.
Quizá pasó horas observando la vida que rodea la orilla de un río o un prado húmedo.
Puede que sintiera una atracción por todo lo que estaba descubriendo y quisiera aprender más sobre la maravillosas ciencias naturales.
Pero entonces tuvo que volver al colegio y dejar de querer aprender porque tenía que superar un examen y ahora eso es lo primero.
Para mí es duro imaginar algo así, pero imagina para su madre:
“Las notas no me importan, me importa que aprenda”.
Todos queremos lo mismo para nuestros hijos, que aprendan… que quieran aprender.
Ánimo a todos los padres que sufren esa disonancia cognitiva ayudando a sus hijos para que puedan superar exámenes sabiendo que sería preferible dedicar ese tiempo para ayudarles a aprender.
Te espero en la siguiente parada de este viaje a Sindesia.
Dani Sanz